24 octubre, 2007

Abundancia kitsch



Siete de la tarde de un viernes. Decido ir al barrio chino para buscar al famoso gatito de la fortuna. Me queda cerca de mi lugar de trabajo, es una tarde primaveral y tengo algunas monedas para hacerle frente a la situación. Hace unos días vi algunos ejemplares saludándome con su pata en alto por el variopinto barrio de Once pero pensé que comprarlo ahí sería traicionar la autenticidad del producto. Los Havanna se compraban en La Feliz o no se compraban. Los de Retiro o Constitución tenían en nuestro inconsciente el sabor de la culpa por haber olvidado la compra respectiva en su lugar de origen. El paralelismo ochentoso entonces me lleva a pensar desde la lógica gato chino - barrio chino.

En el camino aprendí a llamarlo por su verdadero nombre: manekineko. En el mercado hay manekinekos para todos los gustos: los de color rosa son para el amor, los rojos alejan todos los males, los verdes garantizan éxito en los estudios, pero si uno desea todo en uno la opción universal dice que el manekineko deberá ser dorado o blanco. Recorrí cada refugio kitsch hasta dar con el ejemplar blanco que había ido a buscar. Y ahí estaba, al lado de una mochila de Patito feo. Traté de asociarlos inútilmente pero era una pérdida de tiempo. Pensé en los gatitos afortunados de Once al lado de las imágenes del gauchito Gil, pensé en mis estúpidas ideas de la tradicionalidad de las cosas. Lamentablemente el gato de la fortuna más lindo de Chinatown no estaba en venta. Era más grande que los demás, tenía otra expresión y hasta parecía sonreír. Resignada, entre cremas para dolores lumbares y chinelas de raso me llevé un mishi del montón. Al menos, el talismán era dorado opaco. La diferencia la invertí en té de jazmín.

Nadie sabe si el morrongo traerá abundancia al hogar pero lo escucho cada noche, en la cocina, con su patita móvil. Pienso si la fortuna necesariamente trae ruido. Por si acaso todavía queda té de jazmín y las eveready nunca faltan.

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