21 marzo, 2017

Otoño, estoy enamorada


Hoy, mientras escribo en mi blog (una vez más) sobre mi estación favorita me pregunto: ¿siempre me gustó el otoño? ¿qué placer encuentro en el hecho de tener que madrugar cuando la temperatura baja, y los días se acortan? ¿Qué me pasa cada vez que despierto de mi hibernación y abandono la cueva? 
Estoy segura que hay una explicación psicológica al respecto, pero no me voy a meter en esa. 
Creo que, sin planificarlo, mi familia hizo que amara el otoño. Se los debo y lo celebro y de verdad, estoy muy agradecida.

El otoño está en cada mañana, en cada taza de té con leche que me preparaba mi abuela, antes que pasara el micro a buscarme para ir al colegio.
Cada vez que me compraban una polera, mi prenda favorita. 
Cada vez que entrábamos al cine Los Ángeles a ver una de Disney, para calentarnos el cuerpo y el corazón.
Cada vez que me arropaban con una frazada arriba de otra y otra y una más, por las dudas.
Cada tarde que pasábamos escuchando Los Musicuentos.
Los años pasan pero las mañas no se pierden.
Hoy, la vecinita ya no es una niña, pero cual Winnie the Pooh, procura tener siempre a mano frascos de miel cuando llega el otoño, variedades de té en hebras porque en este barrio estamos convencidos que el té cura, y no me refiero al famoso granulado efervescente para estados gripales. Organizamos las alacenas y nos surtimos de provisiones para preparar guisos, sopas caseras y todos esos lindos platos que ameriten comerse en cazuelas.
Las poleras siguen siendo mi prenda favorita. 
Las series, el mejor plan.
Las gatitas, el mejor calefactor del mundo.
La música de Pete Yorn, She and Him y Regina Spektor, los elegidos de la estación.
Y este barrio, y ustedes que pasan por acá, el mejor pasatiempo.

Bienvenido otoño.
Te estaba esperando.


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