23 junio, 2017

Celebrar las caídas

La fiesta por su divorcio me pareció mucho más divertida que su casamiento. Sin tanta etiqueta ni convenciones sociales, ni colas para saludar a los novios, nada de vestidos que te sofocan, ni zapatos con un taco altísimo que son un peligro mortal, ni colectas para la iglesia, ni menú lleno de salsas incomestibles o bromas estúpidas del tío Gérard. Sólo aquellos a los que tenía verdadero afecto y la confianza suficiente para poder decirles: "Me he vuelto a equivocar, pero quiero seguir contando con ustedes".
La velada fluyó con rapidez; la gente tenía cosas que decir. Nadie hablaba de la tele ni de todas esas cosas superficiales que pueblan inútilmente nuestra vida. Nadie necesitó emborracharse para desinhibirse o pasarla bien. Nos sentíamos miembros de una misma especie, seres humanos con fallos. Cuando uno celebra un cumpleaños, una victoria o un hecho reseñable jamás disfruta de un ambiente como el que ese día pudimos compartir. Siempre hay una estrella o pareja que son el centro de la fiesta, subidos a un pedestal mientras los demás contemplan en silencio. Sería más fácil celebrar nuestras caídas. Sin pódiums ni vanaglorias, simplemente alegrarnos del hecho de estar vivos y cerca los unos de los otros. 
Seguramente son más nuestros fallos que nuestros éxitos.


(Mañana lo dejo, Gilles Legardinier)


Mañana lo dejo es una novela de Gilles Legardinier, escritor  y guionista francés.
No sé cómo va a terminar ni creo que pueda desbancar de mi pedestal a David Foenkinos, pero celebrar y bancar las caídas ya es un buen comienzo.

Feliz invierno.

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